(Capítulo 2)
La jornada en el kinder transcurría sin grandes novedades. En la sala de video se proyectaba una película en la cual un niño soñaba que volaba sobre la vieja Londres montado en su cama. Kevin W. Rush no logró concentrarse en la historia, a pesar que en esa sala había pasado inolvidables momentos viendo a Tom & Jerry, Madagascar, Shrek, El rey león…
Hacía planes para el domingo. La felicidad marcada en su recuerdo a fuego como todo lo que deja el amor se agitaba nuevamente en su espíritu como en tiempos muy lejanos que, en su mente infantil, se le antojaban tan lejanos como de otra vida.
El carnaval chino del año pasado, en medio de calles y árboles nevados, y un lago interminable donde navegaban grandes cascarones de hielo poblados de pájaros, se le presentaban en una sucesión de imágenes llenas de magia y colores exquisitamente combinados con destellos de sol y ruidosa pirotecnia. Soñaba entre cubos de plástico, almohadones y juguetes abandonados al asar por los pasillos con los ratos en que su padre jugaba con él sin mirar el reloj ni atender el teléfono móvil.
Personajes extraños andaban en derredor sobre largos zancos regalando sonrisas y golosinas, y dibujando estrellas imaginarias en el aire con cuatro pelotas verdes.
Las cuatro pelotas verdes cayeron desparramadas, como abatidas bajo el peso del bochorno de la siesta santafesina y nuevamente la nube de polvo y humo de los motores acelerando abrumó los ojitos rasgados y renegridos de Kevin Ochóa, arrancándoles lágrimas, ya de irritación… ya de desolación.
Pablo se puso de rodillas y se inclinó para que María le aliviara los hombros, muy doloridos por la tediosa faena de actuar cada tres minutos frente a un público excesivamente exigente… u oprobiosamente indiferente.
Sus angustiosos pasos buscaron la sombra piadosa de unos viejos paraísos de hojas amarillentas mientras su madre contaba unas pocas monedas, parada entre los carriles casi despoblados de tránsito. El niño, abatido por el cansancio y el hambre, la mejilla sobre el pasto chamuscado, observaba su figura deformándose en el aire recalentado, mientras caía en una especie de narcótica adormidera.
El sol a plomo y la hora del descanso reunió a la familia bajo esa benigna sombra que atenuaba apenas el azote de un verano seco e inclemente.
Como un sagrado grial de vida en medio de los cuatro se erguía una botella de agua mineral que alguien, desde el interior refrigerado de un coche, les había regalado a cambio de las tan preciadas limosnas, magro óvolo obtenido con el sacrificio de actuar, agradar y sonreír… sonreír aunque nadie se haga dueño de esos actos desesperados y pague el valor real de tan titánica lucha.
No hay para comer mas que algunas frutas, magreadas por el trajín, el sol abrasador y la putrefacción.
Kevin se dormía sin soltar el paquete de facturas con crema, como para acortar la espera de la hora del retorno y nuevamente se halló frente a la luz de cinco velas azules que destellan en su honor sobre una enorme torta… nuevamente la saliva con sabor a chocolate desbordó su boquita abandonada al asedio de las moscas. Ilusionado imaginaba el reencuentro con su padre el domingo en el penal, ansioso por contarle que cuando sea grande iba a ser un exitoso malabarista y que, con un año mas cumplido hoy, ya estaba más cerca de serlo.
Miles de automóviles, camiones y ómnibus llenos de espectadores se acercaban a ver su actuación, y al final, una montaña de monedas muy nuevas… muy brillantes era puesta voluptuosamente a sus pies.
Vio a su madre resplandeciente, vestida como una reina, con una corona revestida de monedas doradas y plateadas de un peso y de cincuenta centavos. Un collar hecho de monedas de diez centavos rodeaba varias veces su cuello. Pulseras y brazaletes exquisitamente bordeados con monedas de cinco centavos, muy lustradas, adornaban sus brazos y, engalanando sus manos, varios anillos coronados con relucientes monedas de veinticinco centavos.
El trono se alzaba al pie de un enorme y frondoso paraíso reverdecido, tachonado de florcitas celestes, y circundado por miles de blancas mariposas en danza.
La gente descendía de los vehículos dando vivas y alzándolo en andas, ofreciéndole heladas y cristalinas botellas de agua mineral mientras Pablo y María recogían el tesoro y lo ponían en limpios y flamantes contenedores de basura del mercado.
La tarde se precipita serena y silenciosa anunciando una noche temprana y helada sobre los rascacielos de la isla de Manhattan.
Por entre las imponentes moles de acero y cemento se cuelan juguetones rayos de sol que componen una dorada coreografía, chocando y desviándose en los cristales en fantástico artificio de luz.
Kevin W. Rush desciende del automóvil y llega brincando hasta los brazos de su madre, que lo abraza y besa tiernamente, descolgándole la mochila entre sonrisas y caricias.
-¡El domingo iremos con papá al carnaval chino, y ha prometido comprarme un papalote de caña y papel de colores!- Es la noticia mas importante del día para el niño. Sin embargo su madre, en ausente actitud, sienta a Kevin a la mesa donde un humeante plato de pasta y un vaso de jugo de naranjas recién exprimidas le anuncian que nuevamente cenará solo.
En la televisión se comenta la reunión de dirigentes y ejecutivos del FMI con una delegación argentina encabezada por su presidenta para acordar los detalles de la liquidación total de la deuda.
El niño no se molestó en cambiar de canal ni en buscar a su padre entre los asistentes a la junta. Ese era un hecho demasiado corriente y sus pensamientos volaban hasta el domingo entrante… tan trascendente y extraordinario.
Una mirada al vacío y una sonrisa de placer acompañaban sus pensamientos mientras saboreaba la cena.
Contrariamente a lo cotidiano, y ante las preguntas de su madre, no recordaba nada de lo que hizo hoy en el kinder.
Ella lo miraba con extrañeza mientras abría el cuaderno. El niño sabía que esta noche no vería a su padre, que seguramente llegará muy entrada la noche, lo cual le daba un poco de nostalgia pero, a los cinco años, esas sensaciones no duran ni lastiman demasiado cuando desde el interior bulle otra fuerza incontenible que lo llena de alegría e ilusiones.
Sueña despierto con una carrera alocada sobre el pasto nevado para poner a volar un enorme papalote chino de bellos colores y su padre, alentándolo a que no deje de correr hasta conseguirlo…
Kevin Ochóa despertó en soledad, con el cuerpo dolorido al cabo de varias horas de estar inmóvil en el suelo.
Varios minutos pasaron antes de que cayera en la cuenta de que no hay tesoros, ni corona, ni trono alguno… solo hambre, dolor y cansancio.
Casi rompía en llanto cuando su hermana maría se acercó corriendo y le ofreció un caramelo.
Medio abrumado aún y con los ojos anegados de llanto, el niño tomó el obsequio mientras su madre y su hermano se sumaban al agasajo batiendo palmas y cantando por su cumpleaños.
Sintió que su alma retornaba a su cuerpecito lánguido y entumecido.
La sequedad de su boca tornó a una catarata de saliva mientras desgarraba el envoltorio pegajoso, no con poco trabajo ante la resistencia terca del papel, que dilataba aquel estado de éxtasis que precede al placer de un bocado dulce cuando el hambre avasalla. También fue cediendo ese ahogo que en su garganta provocaba la angustia del desamparo en momentos de despertar y no hallar a nadie cerca.
Una veintena de funciones más debieron actuar sus hermanos mientras él, de la mano de su madre, extendía sus palmas anhelantes hacia el cielo como en súplica, ante las ventanillas de los vehículos que, las mas de las veces ni se abrían… y peor aún… si estaban abiertas, se cerraban ante su miserable e insignificante presencia.
El día de trabajo iba llegando a su fin y Kevin Ochóa ya pensaba en el penoso camino de regreso, internándose con su familia en la oscuridad y la incertidumbre que da la pobreza extrema… sus pies descalzos, y las pocas monedas… y la terrible certeza de que no habrá torta de chocolate ni velas azules ésta noche, y que mañana será igual… terriblemente igual.
Pablo cae abatido por la fatiga junto a él y la pequeña maría junta con el último aliento las pelotas de tenis y mira a su madre, que llora a un lado del camino… llora amargamente mientras cuenta las monedas.
(continuará)